viernes, 30 de mayo de 2014

Capítulo Cuarenta y uno

 Hace apenas tres horas me han comunicado que ha fallecido un amigo mío. No está, pero estuvo, es de esos pocos que estuvo aquí, más allá de esos cuerpos que deambulan por los rincones del planeta.

 Parece que mi pecho no tiene intención de regalar en este post habladurías sobre lo bien que hizo y de las bonitas experiencias que pasamos juntos. En una semana en la que ya murió algo en mí, en la que no sé muy bien si me duele que se me tratara como si no sintiera, o si es que se pueden vivir historias de desamor antes de que el amor impregne en nada. Quizá sean ambas...

 Me hice pedazos a principios de semana, pero ¿qué queda del jarrón cuando se rompe? Queda el espacio que habitaba, el lugar donde quizá se ponga otra cosa, pero lugar que mira al mundo, que sigue rodando impenetrable...

 Me gustaría llorar por el culo, por la nariz o por la boca, porque llorar nubla la vista y el color de las cosas que están ahí afuera. Uno llora y el mundo cambia, nada es igual y sin embargo, nada ha cambiado.

 ¿Quién recoge los pedazos del jarrón y quién seca las lágrimas? El tiempo que no es tiempo sino minutos y horas, las personas que te acogen con sonrisas, las libélulas con forma de dos personas, y otros que inconscientemente y sin saber nada tienen hueco en el pecho y en el pegar de los trozos...

 La vida te da y te quita cosas. Me ha arrancado dos esta semana, pero amiga, me has dado tantas....

 Te quiero vida.
 Te quiero Dani...

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