martes, 1 de abril de 2014

Capítulo Treinta y ocho

Reflexión sobre la fotografía tras leer a Bazin


 Bazin nos sumerge en una reflexión sobre lo que supone el arte y su pretensión creadora, y lo hace trazando la historia de lo que para él es una lucha encarnizada del hombre por vencer a la muerte y por fijar la vida.

 La pintura durante siglos intentó establecer una conexión entre la realidad y lo creado, entre el modelo y el retrato, paralelismo que permitía al artista “salvar” aquello retratado. No existe una realidad ontológica ni una identidad común establecida entre el mundo de lo real y la creación artística, pero al menos, a través del recuerdo y la semejanza se nos permite salvar al modelo de lo que Bazin llama, “una segunda muerte espiritual”.

 La invención de la perspectiva supuso un gran avance para esa pretensión de copia del mundo exterior. La pintura traía consigo la ilusión de un espacio más real en tres dimensiones, y con ella el debate entre dos cometidos: uno puramente estético, y otro que luchaba por duplicar el mundo exterior con la mayor precisión posible.

 Sin embargo, su relato empieza citando el embalsamamiento, como posiblemente la primera creación artística de la historia si se tiene en cuenta desde la perspectiva de una lente psicoanalista. Embalsamar y las precauciones para conservar el estado de la momia, eran la respuesta a la necesidad vital del hombre de escapar a la inexorabilidad del tiempo, y como dice textualmente Bazin “fijar artificialmente las apariencias carnarles de un ser supone sacarlo de la corriente del tiempo y arrimarlo a la orilla de la vida”.

 Esto supone salvar al ser de la muerte, pero con un distintivo claro respecto a la pintura y las demás artes hasta la aparición de la fotografía, y es que presupone la existencia del modelo. El embalsamamiento respecto a una pintura del siglo XIV, nos hace creer en una relación ontológica entre el mundo real y la creación artística, nos invita a creer en la existencia de lo creado de una manera inevitable; mientras que con la pintura en el mejor de los retratos, uno tiene que contentarse con la relación de semejanza, que lo salva de esa segunda muerte antes comentada.

 La obsesión por la semejanza por parte de las artes plásticas queda obsoleta con la irrupción de la fotografía, que satisface toda pretensión del realismo. La fotografía entonces, en vez de intentar copiar la realidad nos da la realidad misma, nos revela lo real; pero ¿qué relación tiene esto real con el observador?

 Tiene la relación más limpia posible, pues la fotografía se libera de todo elemento subjetivador, que en la pintura no se había podido eliminar ya que en ella siempre se podía plantear cuánto debía la imagen a la existencia del hombre como pintor. La fotografía excluía al hombre de la producción artística, ya que en ella no se interponía nada entre el objeto inicial y el objeto representado. Por primera vez se creaba mecánicamente desde la ausencia del hombre que no interfería en lo representado.

 Y esta misma objetividad de la fotografía supone un hecho fundamental en su experiencia, y es que nos obliga a creer en la existencia de lo representado, entendido más que nunca como algo “re-presentado”, expuesto a la repetición en el presente. “Re-producción” viene a decir que algo se nos presenta o se produce nuevamente, y este carácter ontológico de la existencia de la realidad sólo la obtenemos bajo la objetividad de la fotografía.

 Llegados a este punto debemos preguntarnos, entonces, ¿qué es el cine? La respuesta clara y sencilla que podríamos obtener en un diccionario es la de “imágenes en movimiento”, por ello se entiende perfectamente porqué Bazin quiere explicar el cine desde la fotografía; porque si la fotografía salva la realidad bajo su carácter perenne de reproducción, el cine no es más que su realización en el tiempo. El cine supera la fotografía porque no sólo se limita a congelar y guardar la realidad en el instante, sino que lo libera de lo fugaz y explica la imagen ahora desde el cambio, desde la duración.

 La lucha encarnizada por vencer la muerte y detener el tiempo ha llegado a su fin. La pintura olvida ya la pretensión realista y apuesta por su condición estética. La fotografía y el cine se convierten en fenómenos naturales reveladores de lo real que no precisan de la intervención creadora, donde el espacio está “re-presentando” una realidad desde una perspectiva instantánea o explicada desde la duración.