lunes, 11 de noviembre de 2013

Capítulo Treinta y cuatro

Porque una cosa es tocar, y otra es sentir


Mi cuerpo se desplaza conmigo en el metro a través de un camino sin nombre ni apellido, una senda que no es, ni será nunca origen ni destino. Junto al mío, otros torsos cuelgan pendulantes de un fino alambre mientras se tocan como esas cuerdas trenzadas de las puertas sevillanas, donde no hay puertas sino cuerdas trenzadas, como las de las puertas sevillanas.

 Y se tocan nuestros cuerpos colgados de la espera; nos olemos, respiramos el mismo aire desairado sin sentirnos mientras chocan existencias de vidas con pasado a la espera de presente. Pero estamos muertos, morimos de no vivir y tan locos estamos que no sentimos. Nos tocamos y entramos en contacto pero no sentimos, pues para tocar se puede estar con la cabeza en cualquier sitio, pero para sentir hay que poner la conciencia, para sentir hay que darse cuenta de que se toca o se es tocado.

 No sé si será verdad que estoy en el metro, ni sé por ende si es mentira, ni si importa ni si este escrito me obliga a que relate si esto es así o me contradiga. Solo veo las caras, de personas a las que no debo nada y pienso en vosotros tan huérfanos de todo y tan propietarios de nada... Vosotros!

 Vosotros, acariciados por mi empatía, saneados de dolor y medicados por receta oral y escrita de comprensión, solo debierais respirar el aire ya consumido. No quiero más adulación, ni más reconocimiento, ni oraciones llenas de adjetivo, ni más personas agradecidas de hoy y ahora, ni más "lo siento pero lo volveré a hacer"....

 No quiero más, no quiero más de vosotros, mientras pendulante choco contigo, contigo y contigo; ya hemos llegado a ninguna parte. Bienvenido a ningún destino!

No hay comentarios: